Ni siquiera el ocupar una “alta responsabilidad” en las instituciones del régimen cubano supone demasiados peligros
LA HABANA, Cuba. – Todo oficio, por sencillo que sea, entraña un
riesgo. Es una verdad prácticamente indiscutible. Pero en el caso de
Cuba estoy convencido de que no hay labor más peligrosa que el
periodismo realizado de manera independiente.
Las medidas punitivas y sanciones aplicadas por el régimen cubano
contra los periodistas independientes ‒ya sea por su ejercicio o como
consecuencia de algún delito que se les fabrique para hacerlos pasar
como “delincuentes” frente a la opinión pública‒, muestran una evidente
desproporción respecto a los castigos que han recibido la mayoría de los
dirigentes comunistas removidos de sus puestos y acusados de peores
cargos.
Ni siquiera el ocupar una “alta responsabilidad” en las instituciones
del régimen cubano supone demasiados peligros, aun cuando se termine
“removido” por “traición” (es muy peculiar el uso del término por el
gobierno cubano, y detenerse en ello implicaría más de un artículo), por
corrupción (otro concepto complejo) o por mal trabajo.
Como sucede siempre, lo anterior tiene sus excepciones como fuera el caso del general Arnaldo Ochoa en 1989
pero creo no quedan dudas de que el “fusilamiento exprés” tuvo por
objetivo, digamos, el ofrecerle una especie de ceremonia de sacrificio
para evitar la cólera divina, más cuando se volvieron irrebatibles las
pruebas de que las avionetas cargadas de cocaína hacia los Estados
Unidos pasaban por Cuba.
Pero más allá de aquel arrebato “coyuntural”, no son muchos los
“dirigentes” que, acusados de graves delitos, han terminado fusilados o
en prisión, a pesar de que sus “malas” decisiones y pésimas gestiones
‒de acuerdo con las versiones los parcos comunicados de la prensa
oficialista‒, han repercutido negativa o desfavorablemente ya en la
economía o en esa imagen impoluta y monolítica que el Partido Comunista
intenta proyectar al exterior a toda costa.
Los mejores ejemplos son los del vicepresidente Carlos Lage Dávila, el canciller Felipe Pérez Roque
y demás funcionarios que fueron removidos hace ya una década acusados
de traición y complot. No obstante, aunque el escándalo revelaba la
presencia de facciones en pugna dentro de la cúpula gobernante,
curiosamente ninguno de los implicados fue a prisión. A lo sumo fueron
recluidos en sus casas porque ni siquiera se les castigó con una multa o
decomiso de sus bienes.
Igual sucedió algunos años antes con Roberto Robaina,
acusado de muchas más cosas, incluidas ciertas “malas” relaciones de
amistad con algún que otro narco-político mexicano más otras varias
“travesuras” y desobediencias, que a cualquier periodista, de esos que
el régimen gusta llamar “mercenario”, le hubiesen valido una larga
temporada en prisión.
En esa ocasión la regañina al ex canciller apenas se limitó a
rebajarlo de ministro a guardaparques, pero su vida en algunos aspectos
continuó incluso mejor que antes, ya que tuvo tiempo para dedicarse, con
relativo éxito, a la pintura y al incipiente negocio de las “paladares”
(restaurantes privados).
Con suerte similar corrió el general Acevedo
cuando fue removido de su cargo en el Instituto Cubano de la
Aeronáutica Civil, a pesar de que fueron estimadas en decenas de
millones de dólares las “pérdidas” económicas, y aun cuando muchos de
sus errores, recibidos como herencia por quienes lo sustituyeron en el
cargo, continuaron repercutiendo en la decadencia de una flota aérea
que, más por descontrol que por embargo, transitó desde ser de las
mejores en Latinoamérica hasta convertirse en sinónimo de tragedia con
el accidente y escándalo de Global Air en mayo de 2018.
Hasta donde hemos podido conocer, ya que el gobierno cubano no rinde
cuentas al respecto, el general Acevedo fue tratado como el niño
travieso y malcriado que por descuido rompe un juguete.
Algo similar al tratamiento que recibiera Ramiro Valdés Menéndez
cuando hizo en el Ministerio de Comunicaciones lo mismo que un elefante
en una cristalería o, para ir un poco más abajo en la escala, pero
acercándonos a la inmunidad que quizás garantice la consanguinidad, lo
sucedido con José Antonio Fraga Castro, director general de Labiofam, que salvó el pellejo a pesar de los “disparates” económicos de su gestión.
El propio “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”,
puesto en práctica a finales de los años 80 por Fidel Castro, más bien
pudo ser una maniobra para desviar la atención sobre quiénes eran los
verdaderos culpables de tanto caos.
De haber nacido de las buenas intenciones, hubiese comenzado con la
renuncia masiva de toda esa estructura de gobierno que durante décadas,
producto del voluntarismo como método, propiciara el desorden y el
empobrecimiento de la nación.
Siguiendo esta ruta desordenada, de casos puntuales que vienen a mi
mente en el momento que escribo, pudiéramos elaborar un extenso listado
de personas que, de acuerdo con los propios parámetros que definirían el
concepto de “traición” para el Partido Comunista de Cuba, han salido
ilesos a pesar de la gravedad y alcance de sus delitos o “errores”.
Tal manera antojadiza y desproporcionada de aplicar la justicia es la
que me lleva a pensar que no es la “seguridad de la nación” ni el
“desacato” ni la “traición” los argumentos que han llevado a prisión a
personas nobles como el escritor y periodista independiente Roberto Quiñones,
a quien conocí y tuve el honor de tratar hace ya algunos años en
Guantánamo, y al que jamás pudiera atribuirle la menor acción de
violencia contra nadie.
¿Por qué un simple altercado con la policía ha podido costarle la
prisión, la separación de la familia y la marca emocional de ser tratado
como un delincuente cuando su nombre aparece no solo en las páginas de
CubaNet sino en el Diccionario de Autores Guantanameros, lo cual dice
mucho de su obra y su calidad como ser humano y creador?
Quiñones sí ha cometido el peor de los delitos y ha sido ejercer el
más asediado de los oficios dentro de Cuba. Tal vez si hubiese sido un
dirigente renegado del Partido, un canciller desobediente, un
vicepresidente complotado y traidor, hoy nuestro escritor estuviera en
casa pensando en la posible redención. A fin de cuentas, nada es tan
grave si ante la bofetada de castigo ofrecemos la otra mejilla.
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