La letal tranquilidad del Pre
Dania Virgen García
El reo Pablo Montano León, alias el Ruso, quien se encuentra en huelga de hambre, ingresado en la sala de terapia del hospital de reclusos del Combinado del Este nos hizo llegar este testimonio donde describe lo que vivió en la prisión para jóvenes de la provincia Villa Clara, conocida como el Pre.
“Las celdas están una al lado de la otra, en tres pasillos separados a los que se accede a través de tres puertas de seguridad. También al soleador, que está en las antesalas de cada pasillo.
Las celdas son personales, de 3x1.5 metros, sin ventilación y con poca luz, con una cama, una pequeña mesa, y un banquito, todo de concreto. El servicio sanitario es un pequeño turco, sin privacidad. Los guardias vigilan a los presos cuando se bañan.
A la 5:30 am, se da el de pie. Está prohibido dormir durante el día, así como sentarse en la cama o en el piso, solo en el banquito de concreto. Hay que estar todo el día correctamente vestido y a la vista del guardia.
La alimentación es pésima. El agua no es potable; la ponen unos pocos minutos una vez al día. A veces demoran hasta tres días en ponerla.
Los castigos son con golpizas descomunales a quienes gritan, o se les sorprende conversando con otro recluso.
Las visitas son cada cuatro meses; el pabellón conyugal cada cinco meses, aunque se puede suspender por motivos tan sencillos como no estar correctamente vestido o no estar a la vista de los guardias cuando pasan frente a las celdas de castigo.
Hay presos que han pasado hasta cuatro meses sin salir de las celdas de castigo. Cuando los sacan, no saben si van al médico, a la visita o a una golpiza.
Los reclusos que se encuentran en la primera fase no disponen de teléfono ni televisión. La correspondencia es revisada minuciosamente y es frecuente que se pierdan las cartas.
Las provocaciones de los guardias son constantes. A veces dejan caer alguna cuchilla o un pedazo de cuerda frente a la celda de cualquier recluso, y al otro día cuando llega el oficial de turno que lo descubre, dicen que quieren atentar contra la autoridad, y ahí viene la golpiza, o una pateadura que puede terminar con lesiones graves para el recluso.
Al tener prohibido tratar con los otros reclusos, estos reos disminuyen poco a poco la autoestima y llegan a sentir desprecio por la vida y un espantoso estado de desesperación. En dos años se han suicidados cuatro reclusos. Más del 70% de los presos que se encuentran en el régimen de áreas aisladas han intentado suicidarse en varias ocasiones.
De todas las muertes la que más deprimió en la prisión fue la de un muchacho de 23 años al que le llamaban Cebolla, que fue sancionado a 30 años de prisión por haber robado unas cebollas a un campesino. El tribunal le revisó su caso al tiempo de estar allí, y le disminuyeron la sanción a tres años. Pero ya era tarde. Estaba enfermo de los nervios, había intentado suicidarse en varias ocasiones y cada vez que era sorprendido por los guardias tratando de quitarse la vida, era golpeado salvajemente. La última vez intentó cortarse las venas en el puesto médico y el primer teniente Febles le propinó una golpiza espeluznante, y en la noche como burla lo llevó a comer coco y a que viera el pequeño zoológico del penal. Después que fue llevado a la celda de castigo, unas horas más tarde se ahorcó. Fue el 12 de junio del año 2006.
Otro recluso que se intentó suicidarse varias veces fue uno de Cienfuegos llamado Nulgani, que padecía de horribles ataques de nervios.
Un día que una delegación encabezada por la fiscal Fidelina visitó el Pre, a un recluso que se atrevió a decirles que la prisión parecía un campo de concentración, el mayor Vladimir, con sonrisa irónica, le respondió: Gracias a los muertos del área hoy la prisión es tranquila”.
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