¿Puede una 
decisión de la administración de Estados Unidos eliminar el sufrimiento 
provocado por una dictadura que ha durado más de medio siglo
 
                    Vicente P. Escobal
MIAMI,
 Florida -La inesperada noticia sobre el restablecimiento, o si se 
prefiere, la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba
 ha dejado perplejos a no pocas personas en el mundo.
Cuba, esgrimiendo desde hace más
 de cincuenta años la bandera del “antimperialismo”, arrojando 
virulentos ataques contra los yanquis e incluso sugiriendo el 
lanzamiento de cohetes nucleares a las principales ciudades 
estadounidenses,  ahora acepta la rama de olivo extendida desde 
Washington por una administración complaciente incapaz de comprender lo 
que ha significado para Cuba, y para el resto de América Latina, la 
llamada revolución cubana.
Todos, desde cada una de nuestros diferentes enfoques ideológicos, 
queremos lo mejor para Cuba y para los cubanos. No aspiramos a una 
nación arrasada por la barbarie stalinista que demore cincuenta años más
 en alcanzar su libertad, como tampoco aspiramos a poner en riesgo su 
soberanía.
En el ámbito de las relaciones de Cuba con Estados Unidos las 
llamadas sanciones económicas han constituido el tema más controversial 
cuyo debate implica discrepancias incluso entre quienes se oponen al 
castrismo. Es bueno recordar que el embargo y las sanciones de 
Washington a La Habana constituyen el argumento que más fragmenta a los 
cubanos a ambos lados del estrecho de la Florida.
¿Qué significaría el levantamiento de las sanciones? ¿Sería razonable
 creer que la reconquista de la libertad y la democracia para Cuba 
dependen de las decisiones del gobierno de Estados Unidos? ¿Conseguirían
 los turistas estadounidenses cambiar la esencia absolutista y represiva
 del castrismo? ¿Lograría el régimen cubano hacer más eficiente, 
prospera y competitiva la economía si se suspendieran unilateralmente 
las sanciones? ¿Qué mueve al régimen castrista a aceptar la 
normalización de las relaciones con Estados Unidos? ¿Constituye un error
 de los asesores del presidente Obama?
No es ocioso recordar que al 
castrismo le interesa bien poco la felicidad de los cubanos, algo que ha
 demostrado por más de cinco décadas. En el fondo de su retórica 
populista se mueve un solo propósito: mantener el poder al precio que 
sea necesario, preservar los privilegios e hipnotizar a los cubanos con 
ilusiones y promesas.
Cuba no es una isla aislada 
comercialmente del resto del mundo como consecuencia de las sanciones. 
Cuba tiene acceso a todos los mercados internacionales incluso, y aunque
 resulte paradójico, al de Estados Unidos. No hay un solo país que haya 
puesto obstáculos en sus relaciones con Cuba. El único requerimiento es 
que Cuba pague sus obligaciones y honre sus compromisos.
 La época en que
 las relaciones de Cuba con la URSS y sus satélites de Europa oriental 
se mantenían gracias al intercambio de azúcar por chatarras ya concluyó.
 La globalización de la economía ya no responde a los absurdos criterios
 del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) cuya política desangró 
literalmente la economía cubana.
No ha sido justamente el embargo
 económico el que ha conducido a Cuba por el sendero de la depauperación
 y la improductividad hasta llevarla al nivel en que actualmente se 
encuentra ni el que echó a andar un terrible sistema de represión y 
terror.
La filosofía castrista ha 
eliminado todo vestigio de progreso económico en Cuba y lo ha hecho de 
una manera deliberada y fría alcanzando por momentos una dimensión 
criminal. Y esa filosofía estúpida afectó la capacidad productiva de la 
nación y la probada capacidad del cubano en términos profesionales y 
empresariales.
Un considerable número de 
cubanos con una incuestionable formación profesional abandonaron la isla
 mientras la improvisación y el ordeno y mando, junto a la mediocridad y
 la incompetencia, desataban sobre Cuba sus nocivos resultados.
Y es justamente la ocultación de
 esa devastación la que se relaciona con algunas consideraciones más 
específicas. . La primera de esas razones tiene que ver con la idea de 
la revolución, del  antiamericanismo, de la defensa de la dignidad y la 
independencia nacionales.
 En muchas mentes calenturientas persiste la 
idea de la bandera roja ondeando sobre el Kremlin, las imágenes  de 
Marx, Engels y Lenin presidiendo los desfiles militares en la Plaza Roja
 de Moscú o la foto del Che Guevara  en la Plaza de la Revolución en La 
Habana.  Esa “pasión revolucionaria” es la que impulsa a ciertos 
sectores del gobierno estadounidense a influir en la política de la Casa
 Blanca respecto a Cuba. Y junto a esa política los cuestionables 
objetivos de los sectores económicos.
El peor embargo impuesto a los 
cubanos es aquel que ha limitado su capacidad creadora, reduciendo al 
mínimo la posibilidad de convertirse en auténticos forjadores de su 
futuro. 
El embargo que sufre la sociedad cubana y que le ha impedido 
evolucionar  hacia un sistema  de prosperidad  y bienestar se enmarca en
 las políticas  represivas dirigidas contra la libertad de expresión, de
 inversión, de asociación, de emigración.
¿Puede una decisión de la 
administración de Estados Unidos eliminar el sufrimiento provocado por 
una dictadura que ha durado más de medio siglo? ¿Se puede ser indulgente
 y solidario con ese régimen? 
¿Qué se puede hacer cuando se trata de 
imponer la democracia y el Estado de Derecho incluso en países sometidos
 a tiranías crueles  en países tan lejanos como Irak, Siria, Libia, 
Egipto mientras en esa pequeña nación  del Mar Caribe, a solo unas 
cuantas millas de Estados Unidos, un pueblo se debate entre la tiranía y
 la democracia?  Resulta evidente que más alla de las declaraciones 
oficiales no hay un compromiso real con la libertad .de Cuba.
Tiene que doler, y de hecho 
duele y mucho, la indiferencia de un líder mundial como Estados Unidos 
hacia la tragedia que ha enlutado y empobrecido a Cuba.
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