Por Nancy Pérez Crespo
Otra vez ha sucedido y me pregunto ¿cuántos más tienen que morir? ¿Hasta cuándo se repetirá la tragedia de balseros muertos en la travesía en el Estrecho de la Florida y qué siniestras intenciones pueden estar detrás de la repatriación de un joven que el pasado 18 de noviembre terminó ahocándose en el calabozo de una prisión cubana?
Esta es la desgarradora historia del joven Dairo Andino León, de 18 años, la más reciente víctima del espanto cubano. A mediados del pasado octubre, aprovechando un pase de la unidad militar donde cumplía el Servicio Militar Obligatorio (ahora denominado Servicio Militar Activo), este recluta se sube a una precaria embarcación y junto a otros cubanos huyen de la Isla y a riesgo de sus vidas, buscan la libertad.
El joven, natural de Cienfuegos, que emprendió la aventura junto a dos amigos y más de una docena de desconocidos para afrontar una travesía llena de dificultades debido a las condiciones del tiempo, lo endeble de la embarcación y la pesada carga.
Ya se encontraban a punto de naufragar cuando llegó el recate: el Servicio Guardacostas de Estados Unidos.
Un rescate que los salvaría de morir, quizás ahogados o devorados por los tiburones, pero que obligatoriamente los devolvería al mismo lugar de donde huían, siguiendo el patrón de “pies secos, pies mojados” que quedó establecido para los inmigrantes cubanos desde 1995.
Caso de excepción
Pero el caso de este joven era diferente y era la excepción que las autoridades estadounidenses debieron considerar.
Dairo Andino León era padre de una bebé y esposo de Roxana González, una jovencita de 15 años. No solo había quemado las naves -vendió hasta su motocicleta Karpaty para asegurar su viaje- sino que también era un soldado desertor y si lo regresaban a Cuba, tendría que enfrentar sabe Dios cuántos castigos.
Pero no, a él no lo podían devolver a Cuba, porque se estarían violando los derechos humanos del recluta y, al mismo tiempo, los acuerdos migratorios que firmó el presidente Bill Clinton con el régimen cubano en 1994 y 1995.
Desafortunadamente sucedió. El joven fue entregado a los gendarmes de Raúl Castro junto a sus compañeros de aventura, pero él fue al único que tras unos días en el Hospital Naval de La Habana, «fue trasladado en condición de detenido hasta la sede provincial de la Seguridad del Estado en Cienfuegos», según el reporte del periodista independiente Alejandro Tur Valladares.
Otra vez ha sucedido y me pregunto ¿cuántos más tienen que morir? ¿Hasta cuándo se repetirá la tragedia de balseros muertos en la travesía en el Estrecho de la Florida y qué siniestras intenciones pueden estar detrás de la repatriación de un joven que el pasado 18 de noviembre terminó ahocándose en el calabozo de una prisión cubana?
Esta es la desgarradora historia del joven Dairo Andino León, de 18 años, la más reciente víctima del espanto cubano. A mediados del pasado octubre, aprovechando un pase de la unidad militar donde cumplía el Servicio Militar Obligatorio (ahora denominado Servicio Militar Activo), este recluta se sube a una precaria embarcación y junto a otros cubanos huyen de la Isla y a riesgo de sus vidas, buscan la libertad.
El joven, natural de Cienfuegos, que emprendió la aventura junto a dos amigos y más de una docena de desconocidos para afrontar una travesía llena de dificultades debido a las condiciones del tiempo, lo endeble de la embarcación y la pesada carga.
Ya se encontraban a punto de naufragar cuando llegó el recate: el Servicio Guardacostas de Estados Unidos.
Un rescate que los salvaría de morir, quizás ahogados o devorados por los tiburones, pero que obligatoriamente los devolvería al mismo lugar de donde huían, siguiendo el patrón de “pies secos, pies mojados” que quedó establecido para los inmigrantes cubanos desde 1995.
Caso de excepción
Pero el caso de este joven era diferente y era la excepción que las autoridades estadounidenses debieron considerar.
Dairo Andino León era padre de una bebé y esposo de Roxana González, una jovencita de 15 años. No solo había quemado las naves -vendió hasta su motocicleta Karpaty para asegurar su viaje- sino que también era un soldado desertor y si lo regresaban a Cuba, tendría que enfrentar sabe Dios cuántos castigos.
Pero no, a él no lo podían devolver a Cuba, porque se estarían violando los derechos humanos del recluta y, al mismo tiempo, los acuerdos migratorios que firmó el presidente Bill Clinton con el régimen cubano en 1994 y 1995.
Desafortunadamente sucedió. El joven fue entregado a los gendarmes de Raúl Castro junto a sus compañeros de aventura, pero él fue al único que tras unos días en el Hospital Naval de La Habana, «fue trasladado en condición de detenido hasta la sede provincial de la Seguridad del Estado en Cienfuegos», según el reporte del periodista independiente Alejandro Tur Valladares.
Desajustes de conducta
Tres días después, las autoridades lo trasladaron a Prevención, como
se conoce la Unidad Militar de la Tropas Especiales, los llamados Boinas
Rojas, en Cienfuegos.
Los guardias de la prisión fueron alertados por un compañero de celda
de los desajustes en la conducta de Andino León, pero nadie lo
escuchó. Andino León fue descubierto en su celda, muerto por asfixia,
tras colgarse del cuello con una sábana.
¿Cuál no sería la desesperación de este pobre muchacho pensando en lo
que le esperaba? ¿En su hijita recién nacida, su joven esposa, su
familia, su madre en España y su abuela Clara Alicia? También lo
atormentarían las presiones, las amenazas por su deserción y las
torturas de todo tipo a las que seguramente fue sometido. Todo parece
haber conspirado para que el joven traumatizado tomara la fatal
decisión.
Tras una tragedia de semejantes implicaciones -y responsabilidades no
definidas, como es el caso- tenemos la obligación de hacer un llamado
urgente a representantes y senadores, autoridades locales, alcaldes y
comisionados, a las instituciones que de una forma u otra representan al
exilio cubano para actuar ante los desatinos de una práctica migratoria
y meditar sobre cuál es la mejor manera de evitar casos similares.
Acuerdos fallidos
Definitivamente, los acuerdos que pactara Bill Clinton con el régimen
cubano tras la crisis de los balseros de 1994, son fallidos.
En primer término, todos sabemos que los convenios que se hacen con
el gobierno cubano son papel mojado. Desde un principio, el inmoral
trato de «pies secos y pies mojados» ha sido objeto de numerosas
denuncias de las violaciones que el régimen cubano ha cometido contra
los repatriados.
Cuando los balseros son interceptados por el Servicio Guardacostas o
rescatados de un naufragio, los que están en condiciones físicas de
emergencia deben enviarse a hospitales en tierra firme, y los refugiados
que se mantengan en el escampavías tienen que ser entrevistados por un
funcionario de Inmigración; la entrevista es para darle la oportunidad
al balsero de pedir asilo político y probar que su seguridad está
comprometida de ser retornado a la isla.
El funcionario tiene que
cerciorarse de que ninguno de los repatriados será una potencial víctima
de represalias por el régimen, ya se trate de un perseguido por razones
políticas o un desertor de las fuerzas militares.
En ese nefasto pacto se especifica que los refugiados devueltos no
pueden ser sometidos a interrogatorios y mucho menos a persecución. Le
serán devueltas sus pertenencias y su trabajo, y no podrán tomar ningún
tipo de represalias contra ellos. La Sección de Intereses de Estados
Unidos (USINT) en La Habana tiene la obligación de monitorear a los
balseros repatriados y visitarlos con regularidad para comprobar que se
están cumpliendo los acuerdos, además de darles preferencia para la
emigración legal.
Un error con trazas de muerte
Habrá que preguntarse seriamente si este catálogo de acuerdos se está
cumpliendo al pie de la letra, tanto en alta mar como a la llegada de
los repatriados a Cuba. Hay múltiples críticas sobre el trabajo de los
funcionarios de inmigración designados para hacer las entrevistas a los
interceptados, pues pocas veces se toman el trabajo de verificar si los
«pies mojados» pertenecen a organizaciones de derechos humanos o son
realmente en potencial peligro a su regreso.
Si alguna decisión ha sido improcedente es la que determinó el
retorno de este joven, que ha pagado con su vida el error de un
funcionario que quizás tampoco escuchó.
Sobre la conciencia de «alguien» pesará la muerte Dairo Andino León,
la orfandad de una recién nacida, la viudez de Roxana y la destrucción
de una familia cubana.
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